La Vorágine de la deforestación

Una reseña de la obra de José Eustasio Rivera

Imagen portada blog 1 edición 3: José Eustasio Rivera chic

Si miramos la forma en la que una rana que busca cobijo en las hojas de una bromelia, o la atenta calma en los ojos de un mono araña que va probando fruto a fruto el agridulce sabor de los árboles, el sentido de la vida en la tierra, si existiera alguno, podría resumirse a un refugio, alimento y el propósito de reproducirse. Los humanos, durante los cientos de miles de años que hemos caminado por aquí no somos ajenos a este camino, aunque nuestra relación con lo que nos rodea sea cada vez más compleja, o eso pretendamos creer ¿Cuál es el hábitat humano? La Vorágine, la novela de la selva escrita por José Eustasio Rivera hace cien años arroja ciertas sombras a esta pregunta.

La naturaleza coreográfica

Ahora mismo, lo que conocemos acerca del oriente del país, más allá de las cordilleras, sigue siendo poco, hace cien años para la mayoría el país acababa en la punta de la cordillera oriental; más allá solo se encontraba lo desconocido y lo salvaje. Bajo esta mirada, Arturo Cova, el protagonista, emprende el camino desde la capital hasta Casanare embriagado de amor por Alicia.

Al paso de caminos de herradura por la ladera de la cordillera, sus ojos se encuentran con la magnificencia de los llanos orientales. A través de kilómetros de sabanas naturales se esbozan en ocasiones pequeños relictos de bosque bautizados como matas de monte que acompañan pequeños ríos o caños, morichales, y esteros, hilos de agua que en ocasiones nacen desde la sabana misma para morir algún tiempo después.

Dentro de este paisaje encantador se describe en primera medida la relación de los humanos con su territorio. La descripción del llano, sus plantas y sus animales muestran un mundo donde todo se conoce, donde todo recibe su nombre y refleja la sensación de control que viven Arturo y Alicia desde las primeras líneas. La sabana, aunque natural, se ha sometido a los caprichos de la humanidad.

"Allí de tarde se congregarían los ganados, y yo, fumando en el umbral, como un patriarca primitivo de pecho suavizado por la melancolía de los paisajes, verías las puestas de sol en el horizonte remoto donde nace la noche; libre ya de las vanas aspiraciones, del engaño de los triunfos efímeros, limitaría mis anhelos a cuidar de la zona que abarcaran mis ojos, al goce de las faenas campesinas, a mi consonancia con la soledad."
shanooo
"Pensativo, junto a las linfas, demoraba el garzón soldado, de rojo quepis, heroica altura y marcial talante, cuyo ancho pico es prolongado como una espada; y a su rededor revoloteaba el mundo babélico de zancudas y palmípedas desde la corocora lacre, que humillaría al ibis egipcio, hasta la azul cerceta de dorado moño y el pato ilusionante de color rosa, que en el rosicler del alba llanera tiñe sus plumas. Y por encima de ese alado tumulto volvía a girar la corona eucarística de garzas, se despetalaba sobre la ciénaga, y mi espíritu sentíase deslumbrado, como en los días de su candor, al evocar las hostias divinas, los coros angelicales, los cirios inmaculados."
hormigas

El bosque como villano

La historia va en degradé, Arturo Cova, envenenado por la venganza, emprende su viaje al sur. A lo largo de los ríos del Vichada se interna más y más en lo desconocido; hasta toparse con la muralla de la selva, que también es la frontera de su propio bienestar mental. Aquí el paisaje ya no es solo paisaje, lo que recibe nombre no lo hace por su belleza estética, sino por su amenaza. Caribes, tambochas, sanguijuelas, cachones salvajes, el comején, el mojojoy, y demás especies de la amazonía son descritas siempre por su amenaza, por el dolor, el daño, y el pánico que infligen en el desdichado Arturo Cova o el rumbero Silva. Aquí la naturaleza ya no baila, ni canta en un coro armonioso. Aunque, a la luz de la realidad, estos animales se estén comportando bajo los mismos principios que aquel garzón soldado de rojo quepis que camina sobre la sabana.

Nadie ha sabido cuál es la causa del misterio que nos trastorna cuando vagamos en la selva. Sin embargo, creo acertar en la explicación: cualquiera de estos árboles se amansaría, tornándose amistoso y hasta risueño en un parque, en un camino, en una llanura, donde nadie lo sangrara ni lo persiguiera: mas aquí todos son perversos, o agresivos, o hipnotizantes. En estos silencios, bajo estas sombras, tienen su manera de conbatirnos: algo nos asusta, algo nos crispa, algo nos oprime, y viene el mareo de las espesuras, y queremos huir y nos extraviamos, y por esta razón miles de caucheros no volvieron a salir nunca.
selva selvaaa

Aquella visión del territorio en La Vorágine no ha cambiado mucho, pervive un siglo después años después. Puede que hoy algunos reconozcamos en La Amazonía un lugar dotado de ecosistemas, animales y plantas increíbles, donde miles de comunidades indígenas son ejemplo de una relación más horizontal con la naturaleza. Pero sin duda, son mayoría aquellas que son ciegas a esto, la Amazonía ― además de otras regiones del país ― sigue siendo aquel lugar aislado, donde algunos piensan que la humanidad jamás podrá vivir, aunque lo haga desde hace miles de años. Por lo tanto, el hábitat homo sapiens se establece a partir de la posibilidad de control y explotación. La humanidad debe proliferar donde los recursos se pueden explotar desmesuradamente, y la naturaleza no es más que ornamento. Así, las ciudades se han vuelto el bastión y el arquetipo del lugar y el modo en el que hay que vivir.

Así las cosas, las tasas actuales de deforestación son la evidencia del triunfo ― ojalá parcial ― del hombre omnipotente sobre lo salvaje e indomable. La pérdida acelerada de bosque en la Amazonía colombiana y los grandes cultivos de soja en Brasil parecen ser la venganza del hombre sobre lo que soñaron, y no lograron, los caucheros hace más de un siglo: convertir la selva húmeda más grande del mundo en el último reino conquistado por el hombre blanco.

Por vivir en las ciénagas picando goma, esa maldita plaga nos atosiga, y mientras el cauchero sangra los árboles, las sanguijuelas lo sangran a él. La selva se defiende de sus verdugos, y al fin el hombre resulta vencido.
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Ilustrados - Cristian Concha
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